miércoles, 26 de febrero de 2014

EL PANTALON ROSADO

La señora estaba viendo una película en el segundo piso del edificio. Cuando bajó se encontró con una clase de danza Guloya: estudiantes en un círculo y una profe que ella conocía. Agarró una de las sillas plásticas blancas que estaban apoyadas de las paredes del salón y se quedó mirando.


Era mi primera vez aprendiendo danza Guloya. Ni sabía que daban clases de eso. Fui por un amigo. Antes de salir de mi casa pasé un rato dándole mente a qué ropa ponerme para bailar. Saqué unos pantalones que hacía dos años no me ponía. Son casi como una falda: una tela que se amarra por delante y por detrás. Cuando levantaba un pie bailando, la pierna se salía por el lado del pantalón y la tela casi  flotaba con la música. Bueno, parece que se veían muy bonitos los pantalones en movimiento, porque cuando se acabó la clase, la señora se me acercó.
Era una doña de casi 50 años, bajita, pelo corto, con mirada pícara y sonrisa simpática. Me habló casi con los hombros encogidos, con la cabeza hacia abajo y la mirada hacia arriba; coqueta, más que tímida.

-       Yo necesito saber dónde tú compraste esos pantalones.

-       Ay, yo no los compré aquí.

-       Ni yo compré estos aquí; me los mandaron. Pero yo necesito que tú me prestes esos pantalones. Yo ni me fijé en cómo tú estabas bailando porque me quedé mirándote los pantalones.

-       Jaja. Ah, pero son súper fáciles de hacer!

-       Sí, pero yo no los sé hacer.

-       Ah, no, ni yo tampoco.

-       Entonces cuándo me los prestas? Yo te puedo prestar el mío, el rosado.

Le miré la ropa. El que tenía puesto era negro. Me hablaba del pantalón rosado como si yo supiera cuál era, como si yo tenía tiempo pidiéndoselo prestado y al fin me iba a complacer. No pensé que iba en serio: una extraña se te acerca a pedirte tu pantalón y te ofrece a cambio algo imaginario...

En eso me giré a hablar con mi amigo. Fue una distracción de dos minutos. La señora volvió a acercarse con una libreta en mano. Me sonrió. La abrió y anotó su teléfono en una página rayada. Debajo escribió la palabra “Rosado.” Más abajo empezó a trazar unas líneas mientras me explicaba, “Mira el mío es así, viene una falda, pero la sorpresa es...” e hizo una pausa. Dibujó dos círculos donde se supone vayan los pies y dijo, “que en verdad, es un pantalón!” Luego escribió su nombre, Petra, despegó la página y me la entregó. 
Me pasó la libreta y el lapicero para que anotara mi información. No había manera de salir de esa. La doña estaba empeñada. Sí, es verdad que tenía dos años sin ponerme este pantalón pero no estaba lista para salir de ellos, y mucho menos después de tantos elogios. “También te puedo prestar el verde,” me dijo. Yo no conocía ni el rosado, ni el verde, ni a esta señora. Pero parecía que esto era importante para ella.


- Dónde te puedo mandar una foto para que veas el pantalón?

- Ahí, al mismo teléfono.

- Yo no tengo celular con cámara pero mi vecino sí. Mira, si tú ves este número, es él que te está escribiendo. Le voy a decir que te mande una foto. Tú tienes Whatsapp?

- Sí. Mándamela ahí.

- Bien, entonces me lo prestas. Pero un día solamente y te lo devuelvo.

Bueno al menos había una promesa de devolución. Quizás a veces hay que complacer y confiar en extraños.

Sin falta, a la mañana siguiente me llegó un mensaje de un desconocido con las fotos no sólo del pantalón rosado sino también del verde y otro más. 
Cómo negarle el pantalón ahora? Accedí. Nos pusimos de acuerdo y esa misma tarde, en un pasillo de una plaza, el vecino y yo hicimos el intercambio de pantalones. Me lo puse seguido. Días después llamé a Petra para saber cómo le había quedado.

Me dijo que muy bien pero que se abrían mucho y se los terminó poniendo con un pantaloncito corto abajo porque andaba “enseñando cosas que las viejas no pueden enseñar.” Le comenté que me había puesto el suyo.

-       Mi mamá me dijo que el rosado era un poco transparente.

-       Sí, pero mi hermana mayor decía, ‘Siempre hay que enseñar un cachito.’  Y las hermanas mayores se suponen que saben más que uno.

Me pidió el pantalón por unos días más hasta que su hermana los pudiera ver para copiar el diseño porque "esa es la que sabe coser." La conversación se alargó. Me comentó que ese día que nos vimos en la clase ella acababa de salir de ver una película del festival de cine documental. Coincidencialmente, yo también. Le pregunté por qué no sé quedó a bailar y me respondió, “Yo bailo mucho, pero malo.” Me contó que una vez tomó una clase de tango y la profesora le dijo que quizás era mejor si no volvía. Luego cerramos porque se iba a ver La Montaña. “Ah, es muy chula,” le dije. “Ah, tú la viste? Entonces cuando yo la vea la comentamos,” me dijo.

Eso dijo: la comentamos. Sonaba a que ya éramos amigas y que nos íbamos a sentar a discutir sobre películas. Y la verdad es que luego de conversar con ella sobre cine, baile y pantalones hippies, sentía que esta ‘extraña,’ Petra, ya era prácticamente mi amiga.
 
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Actualizado el 6 de marzo, 2014.
Varias personas me lo pidieron: Aquí está Petra con el pantalón: