La
señora estaba viendo una película en el segundo piso del edificio. Cuando bajó
se encontró con una clase de danza Guloya: estudiantes en un círculo y una profe
que ella conocía. Agarró una de las sillas plásticas blancas que estaban apoyadas de las paredes del salón y se quedó mirando.
Era mi
primera vez aprendiendo danza Guloya. Ni sabía que daban clases de eso. Fui por
un amigo. Antes de salir de mi casa pasé un rato dándole mente a qué ropa
ponerme para bailar. Saqué unos pantalones que hacía dos años no me ponía. Son casi como una falda: una tela que se amarra
por delante y por detrás. Cuando levantaba un pie bailando, la pierna se salía
por el lado del pantalón y la tela casi flotaba con la música. Bueno, parece que se veían muy bonitos
los pantalones en movimiento, porque cuando se acabó la clase, la señora se me
acercó.
Era una
doña de casi 50 años, bajita, pelo corto, con mirada pícara y sonrisa
simpática. Me habló casi con los hombros encogidos, con la cabeza hacia abajo y
la mirada hacia arriba; coqueta, más que tímida.
-
Yo necesito saber dónde tú compraste esos pantalones.
-
Ay, yo no los compré aquí.
-
Ni yo compré estos aquí; me los mandaron. Pero yo necesito que tú me
prestes esos pantalones. Yo ni me fijé en cómo tú estabas bailando porque me
quedé mirándote los pantalones.
-
Jaja. Ah, pero son súper fáciles de hacer!
-
Sí, pero yo no los sé hacer.
-
Ah, no, ni yo tampoco.
-
Entonces cuándo me los prestas? Yo te puedo prestar el mío, el rosado.
Le miré
la ropa. El que tenía puesto era negro. Me hablaba del pantalón rosado como si
yo supiera cuál era, como si yo tenía tiempo pidiéndoselo prestado y al fin me
iba a complacer. No pensé que iba en serio: una extraña se te acerca a pedirte
tu pantalón y te ofrece a cambio algo imaginario...
En eso
me giré a hablar con mi amigo. Fue una distracción de dos minutos. La señora
volvió a acercarse con una libreta en mano. Me sonrió. La abrió y anotó su
teléfono en una página rayada. Debajo escribió la palabra “Rosado.” Más abajo
empezó a trazar unas líneas mientras me explicaba, “Mira el mío es así, viene
una falda, pero la sorpresa es...” e hizo una pausa. Dibujó dos círculos donde
se supone vayan los pies y dijo, “que en verdad, es un pantalón!” Luego
escribió su nombre, Petra, despegó la página y me la entregó.
Me pasó la
libreta y el lapicero para que anotara mi información. No había manera de salir
de esa. La doña estaba empeñada. Sí, es verdad que tenía dos años sin ponerme
este pantalón pero no estaba lista para salir de ellos, y mucho menos después
de tantos elogios. “También te puedo prestar el verde,” me dijo. Yo no conocía
ni el rosado, ni el verde, ni a esta señora. Pero parecía que esto era
importante para ella.
- Dónde
te puedo mandar una foto para que veas el pantalón?
- Ahí,
al mismo teléfono.
- Yo no
tengo celular con cámara pero mi vecino sí. Mira, si tú ves este número, es él
que te está escribiendo. Le voy a decir que te mande una foto. Tú tienes
Whatsapp?
- Sí.
Mándamela ahí.
- Bien,
entonces me lo prestas. Pero un día solamente y te lo devuelvo.
Bueno
al menos había una promesa de devolución. Quizás a veces hay que complacer y
confiar en extraños.
Sin
falta, a la mañana siguiente me llegó un mensaje de un desconocido con las
fotos no sólo del pantalón rosado sino también del verde y otro más.
Cómo
negarle el pantalón ahora? Accedí. Nos pusimos de
acuerdo y esa misma tarde, en un pasillo de una plaza, el vecino y yo hicimos
el intercambio de pantalones. Me lo puse seguido. Días después llamé a Petra para
saber cómo le había quedado.
Me dijo
que muy bien pero que se abrían mucho y se los terminó poniendo con un
pantaloncito corto abajo porque andaba “enseñando cosas que las viejas no
pueden enseñar.” Le comenté que me había puesto el suyo.
-
Mi mamá me dijo que el rosado era un poco transparente.
-
Sí, pero mi hermana mayor decía, ‘Siempre hay que enseñar un
cachito.’ Y las hermanas mayores
se suponen que saben más que uno.
Me pidió el pantalón por unos días más hasta que su hermana los pudiera ver para copiar el diseño porque "esa es la que sabe coser." La
conversación se alargó. Me comentó que ese día que nos vimos en la clase ella
acababa de salir de ver una película del festival de cine documental.
Coincidencialmente, yo también. Le pregunté por qué no sé quedó a bailar y me
respondió, “Yo bailo mucho, pero malo.” Me contó que una vez tomó una clase de tango
y la profesora le dijo que quizás era mejor si no volvía. Luego cerramos porque
se iba a ver La Montaña. “Ah, es muy
chula,” le dije. “Ah, tú la viste? Entonces cuando yo la vea la comentamos,” me
dijo.
Eso
dijo: la comentamos. Sonaba a que ya éramos amigas y que nos íbamos a sentar a
discutir sobre películas. Y la verdad es que luego de conversar con ella sobre
cine, baile y pantalones hippies, sentía que esta ‘extraña,’ Petra, ya era prácticamente
mi amiga.
Esas son las cosas de alla que me parecen increibles, como surreales, la naturalidad con que la gente cruza espacios invisibles. En una oficina de pasaportes no me querian tirar la foto porque mi blusa no tenia mangas, y en medio del calor, el gentio y la micro oficinita una mujer que estaba al lado mio se quitó un saquito negro y me lo pasó, ella se quedó en brassier y yo en shock, no se que cara puse pero me dijo algo como "despues de esa fila te vas a ir sin pasaporte por unas mangas", y si ya el ambiente era ligero, con los piropos que siguieron nos relajamos más.
ResponderEliminarQué risa Carola! Quizás debería ser más normal que todos actuemos con la misma naturalidad.
EliminarAhhhh pero ahora yo quiero copiar el pantalón rosado, y el tuyo (aunque por la descripción del tuyo, creo que es como uno que tengo). Así es como se hacen amistades difíciles de explicar al resto del mundo: de donde conoces esa señora Tati? ahhh pues, le presté un pantalón y ella me prestó el suyo...
ResponderEliminarMe quedé con las ganas de ver el pantalón tuyo que tanto le gustó a doña Petra :D
ResponderEliminarYa lo puse!
EliminarImpresionante el intercambio. Ya tienes otra amiga mas asi de la nada!
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