viernes, 29 de abril de 2011

ELIAS PIÑA (SEGUNDA PARTE)

Cuando se resolvieron las cosas, volvimos a la tranquilidad, y mis días se podían resumir en: caminar por los conucos, cocinar, comer, dormir, caminar por el pueblo, jugar basquetbol con los muchachos, pintarme las uñas con las muchachas, jugar fútbol con los niños, y cocinar, comer y dormir otra vez.

Una vida maravillosa. Me sentía de 15 otra vez. Hasta las muchachas adolescentes que vivían por nuestra casa creían que yo tenía esa edad.
- ¿Cuánto año tú tiene?
- ¿Cuánto tú cree que yo tengo?
- 15,
dijo una
- Sí, eso mimo, tengo 15.
- ¡Ay no! tú tiene que tener 17,
dijo otra.
- E verda, son 17...

No les dije la verdad nunca, era más chulo así. Una tarde, cuando vi a una vecina haciéndole trenzas a otra, se me ocurrió llevarlo todo a otro nivel: me iba a convertir en una verdadera adolescente de Elías Piña y continuar mi serie de autoretratos.

Ahora necesitaba comenzar la transformación. Tenía que hacer algo sobre mi pelo y mi ropa. La vecina era verdaderamente talentosa y creativa haciendo trenzas, así que le pedí que me hiciera unas a mí también. Una larga hora más tarde, el resultado fue éste:

Regresé a la casa a encontrarme con mi amiga Kathy, la gringa. Me miró y se rió.
- ¿Parezco de Elías Piña o parezco una turista de Punta Cana?
- No, si yo me lo hiciera pereciera turista, pero tú pareces de Nueva York.
- Bueno, bien. porque ya 4 gente hoy me preguntaron que si yo era de Nueva York.
- ¿Sí? Jajaja.
- Sí, y 2 que si yo era hermana tuya. Y 1 que si tú era mi mamá. [Yo tengo 2 años más que Kathy]

Seguimos. Me pinté las uñas como las tenía mi vecina: mitad natural y mitad de un color, con una rayita blanca separando las dos partes. El esmalte que me prestaron estaba un poco viejo y el resultado no fue el mejor, grumoso digamos, pero de lejos eso no se iba a notar. Además a una vecinita le gustó lo que me hice y me copió, así que seguro no estaba tan mal. Para terminar, busqué ropa prestada donde otra vecina y listo: a colarme dentro del grupo para la foto.

Devolví la ropa, pero me quedé con mi peinado (Cada día me gustaba más. Me lo dejé por varios días en Santo Domingo también). La última noche mi amiga Thania, la vecina de 16 años, me invitó al parque central. Le dije que me iba a bañar y me dijo que ella también y que luego pasaba por la casa a buscarme. Terminando de cenar con Kathy oí que gritaban mi nombre desde la calle. Me despedí de Kathy y salí. Estaba oscuro afuera, casi no veía nada, pero cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad vi a Thania con un vestido strapless color fucsia y unos tacos altísimos. Me miré mi camiseta, jeans y chancletas y le dije,
- Pero tú tá muy bonita, yo no tengo ropa así.
- Mi hermana me dijo que me pusiera ete vetido o que sino no salía. ¿Tú quiere que te prete algo?
- No tá bien, vamo, yo no puedo caminar con eso.

Verdaderamente no se veía casi nada desde la casa hasta la calle principal que estaba al bajar una lomita, la cual Thania bajó sin problema con sus zapatos, y yo bajé lentamente alumbrando el piso con mi celular.

Andábamos con dos niñas más. Llegamos al parque: una rotonda con un gazebo en el centro. Al rededor habían varios carros parqueados. Esa noche la música venía desde tres puntos diferentes, según nos alejábamos de un punto y dábamos pasos hacia otro carro con bocinas en el baúl tocando una canción diferente. Y así la caminata empezaba con Tego Calderón, que varios pasos más alante se solapaba con Tito el Bambino, hasta que 5 pasos después ya Tito cobraba vida propia. Eso era hasta que 15 pasos más alante aparecía El Torito cantándole por encima. A mitad de todo el recorrido, Thania se paró a saludar al paletero diciéndole, "¡Hola profe!" Me pareció raro. La otra niña hizo lo mismo. "¡Hola profe!" Ya tuve que preguntar, "¿Profe? ¿Por qué le dicen así?" La respuesta fue: "Ese e nuetro profe de inglés." Tan mal le pagan a los profesores en las escuelas públicas que tienen que ponerse a vender paletas en el parque por las noches. Bueno, ese no es el tema de esta entrada.

Finalmente nos juntamos con otro grupo de muchachas y nos sentamos en un banquito. Les pregunté,
- ¿Dónde se compra la cerveza?
- ¿Y TÚ BEBEEE?
Oops. Me salí de mi personaje de menor de edad por un segundo.
- Ah, eh, no, no era pa mí, era pa llevásela a Kathy a la casa ahorita.
- Aaaaaaah.
Algunas chicas se fueron a comprar un refresco y me quedé con otra que acababa de conocer, y por décima vez lo mismo,
- Entonce, ¿tú ere de Nueva Yor?
- No, yo soy de Santo Domingo.
- Ah...
- ...
- ... ¿pero te criate en Nueva Yor?
- ¡Que no!
- Ah...
- ...
- ... ¿pero tú ha viajado?
- Yo he ido pero ¡yo no soy de allá!

lunes, 25 de abril de 2011

ELIAS PIÑA (PRIMERA PARTE)

Semana Santa. Cuando pensé en ir a un lugar donde no hubiera demasiado caos, pensé en visitar a Kathy, mi amiga gringa que se acaba de mudar a Elías Piña. Ni playa, ni montaña, ni río: o sea, poca gente. Bueno, río hay cerca pero no es el mejor momento para bañarse en un río de la frontera, y menos yo que voy recogiendo más enfermedades que un bebé en un preescolar. Así que el miércoles me fui al pueblo de Comendador: el lugar perfecto para hacer NADA. La idea era pasar unos días tranquilos, y así fue, exceptuando el drama inesperado del jueves por la mañana.

La noche del miércoles me acomodé en la casa de Kathy. Es una casa amplia, donde también vive su compañera haitiana de la organización para la cual trabaja. Es una ONG con programas en varios pueblos de Haití y, recientemente, en el area fronteriza de Elías Piña. Kathy tenía varios meses fuera del país y aprovechamos la primera noche para bebernos una botella de vino tinto y actualizarnos. Hablamos por horas hasta que ella se fue a dormir y yo a leer. Me llevé el libro que había dejado por mitad hacía dos meses y lo abrí donde marcaba el separador de páginas. El protagonista estaba en casa de un tal Stanley que yo no me acordaba quién era y no iba a volver hacia atrás para averiguarlo. Me costó dormirme y me desperté temprano. Fui a buscar a Kathy, que me había dicho que al amanecer podíamos salir a caminar por los conucos o hacer yoga en la terraza. Algo tranquilo. Pero las cosas se complicaron.

Eran las 7 y pico de la mañana y la compañera haitiana estaba hablando por el celular agitada. “Creo que pasó algo,” me dijo Kathy con cara de que todavía no entendía bien el qué. Salimos al pasillo y ya la llamada telefónica había terminado. La compañera se acercó a mi amiga y empezó a hablarle, “Me tengo que ir, hubo una protesta anoche en Belladere, incendiaron casas de nosotros. Murió uno.” En este momento se encorvó hacia adelante y comenzó a llorar. Segundos después recuperó la voz y siguió hablando, “y habían niños quemados. Voy a la frontera.”

Lo que pasó fue lo siguiente (lo cual no entendimos hasta horas más tarde): En Belladere, a 15 minutos de la frontera, por descontento con los resultados de las elecciones, varios haitianos salieron a protestar el miércoles por la noche incendiando casas, incluyendo las de los compañeros haitianos de esta ONG. El primero en intentar salir de su casa en llamas fue quien no sobrevivió. Al abrir la puerta fue atacado con piedras y quemado vivo. Y en el inexplicable mundo en que vivimos, resulta que las personas que lo atacaron lo conocían por su labor en la comunidad. Y esas mismas personas, luego de rociar con gasolina y quemar las casas, minutos después ayudaron a sacar a una mujer y sus hijos del fuego que ellos mismos habían provocado. Pero todo esto fue la noche anterior.

Ahora en la mañana del jueves la situación era que habían 25 haitianos de la organización que salieron a salvo del incendio y que necesitaban dejar Belladere lo más pronto posible y tomar la carretera hacia Puerto Príncipe, donde los esperaban sus familiares. Pero los manifestantes habían bloqueado esta carretera y el grupo se dirigió hasta la frontera, desde donde nos llamó la compañera de Kathy para informarnos: los quemados (una madre y dos hijos) los iban a llevar a un hospital en Santo Domingo y a los demás los iban a transportar hasta nuestra casa en pequeños grupos que cupieran en el jeep, mientras se gestionaba un hotel en Comendador para todos ellos por esa noche. A la mañana siguiente los intentarían mandar con choferes por una ruta alternativa hasta Puerto Príncipe. Así que Kathy y yo, y otra muchacha que cocina en la casa, nos preparábamos para recibir un número de personas, hasta el momento indefinido, que no habían dormido en toda la noche, que no habían comido nada, y que sólo hablaban creole. “¿Cuántas personas vienen?” preguntamos. Dentro de la algarabía y confusión desde la frontera sólo nos podían decir, “no sabemos, por ahora 8 ó 10, pudieran ser más, 15 ó 20.” Ok.

La casa tenía comida calculada sólo para 3 personas esta semana, pero teníamos un buen racimo de plátanos. Caminamos hasta el colmadito para completar y, dentro de la selección limitada de productos, compramos una docena de huevos, 6 cartones de jugo y una funda de pan. El primer grupo llegó a eso de las 10. De ahí hasta las 2 p.m. la casa tuvo un movimiento constante de colocar platos y vasos en las mesas, cocinar huevos y tostones, servir vasos de jugo, recoger todo y fregar, para luego de la llamada diciendo “vienen 10 más,” repetir: viaje al colmado, poner la mesa, cocinar, recoger, fregar… y comunicarnos entre todos con señas dentro de una casa demasiado silenciosa si consideramos el número de personas que se movía allí dentro. También habíamos preparado todas las camas y colchones que habían en las habitaciones para que algunos pudieran descansar. A las 2:30 me senté muerta en el sofá de la sala y me quedé dormida yo también. Desperté poco tiempo después y ya se empezaba a vaciar la casa. Lo del hotel estaba resuelto. Al día siguiente salieron todos para Puerto Príncipe.