Desperté en Memphis, TN al segundo día. Había dormido donde la hermana
de un amigo. Nunca la había conocido, y la vi sólo 30 minutos la noche que
llegué a su casa con un retraso de dos horas y una goma cambiada. Y de esos 30
minutos, 15 la acorralé con una cámara y preguntas, como buena periodista que
intentaba documentar cada paso de su viaje.
Pero las tarjetas de memoria se iban llenando, y durante los próximos
días tenía que elegir bien las tomas. Además, me cansé de grabarlo todo y no
disfrutar más. Así que el video termina en el día 1, y lo que sigue son solo
momentos, que con música y secuencia rápida parecieron muy divertidos.
Burger Up. Nashville, TN |
Día 2: Cuando desperté
tenía que elegir entre conocer el mismo Memphis o desviarme hacia Nashville. No había
investigado nada sobre qué hacer en ninguno de los dos sitios, pero sí me habían hablado sobre un lugar
de hamburgers en Nashville y... bueno, mi estómago marcó el camino. Por ese
desvío llegué a Atlanta aquella noche más tarde de lo esperado, y con pilas
falsas para salir. Allí me quedé con el primo de una amiga. Eran las 10 de la
noche y me preguntó si quería ir a algún bar. “Sí!” Luego me explicó que
tendríamos que ir en taxi porque parquear era un lío en esa zona, que los bares estaban a 25
minutos... empecé a imaginar una fila de gente arreglada y bien despierta, y yo
empecé a quedarme dormida. Ya llevaba dos días manejando con ropa ancha y
cómoda que parecía pijama y no tenía ganas de ponerme ropa normal. Y el sólo
pensar en despertarme temprano para seguir manejando más, me dio más sueño
todavía. Caí rendida.
Día 3: Fuimos hasta Savannah, GA a quedarnos donde mi prima. Ya por fin no
iba sola. El primo, quien también iba a pasar Thanksgiving en Miami, vino conmigo. Esta vez el camino duraba menos de cuatro horas y llegamos al destino a la hora de almuerzo. Por primera vez en el viaje pude realmente pasear en la ciudad en la que paré. Era una ciudad preciosa. Dormimos en Savannah para al día siguiente
salir los tres rumbo a Miami unas 7 horas más. Ya tenía ganas de dividirnos la
manejadera, además de la gasolina. Sabía que teníamos que salir temprano la
mañana siguiente, y por eso no duré mucho en el bar esa noche. Fui la primera
en irse a dormir... luego llegó mi prima... luego llegó el primo... y pocas
horas después de eso pasé más trabajo intentando despertarlos a los dos que
cuando mi mamá me ponía agua fría en la cara para que me levantara para ir al
colegio.
Día 4: La resaca dio fuerte en el carro. En lugar de turnos para
manejar, más bien manejé yo sola en silencio en lo que los compañeros de viaje
dormían. El primo estaba atrás con la almohada que me traje de mi cama de
Missouri, con el forro azulito, para dormir siestas en los truck stops a
mitad del día. Mientras, ya no podía poner mi CD de música country ni cantar a
Shakira y Yuri como cuando andaba sola. Después de tanto anhelar compañía me di
cuenta que andar sola casi siempre es más bueno que malo.
Paramos a comer donde una tía en Ormond Beach, FL. El primo recuperó
fuerzas e hicimos cambio de posesión del volante y de la almohada. Cuatro horas más tardes, estábamos en Miami.
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En Miami yo aproveché para mudar parte de mis cosas que había traído en el baúl
desde Missouri (el baúl que tuve que vaciar completo buscando la goma de repuesto). La habitación de mi amiga en la que iba a vivir en enero ya
estaba disponible. Me quedé con ella y empecé a acostumbrarme a mi futura cama.
Estaba tan cansada del viaje que dormí por casi dos días seguidos.
Cuando me recuperé empecé a dedicarme a mi proyecto. Hice el primer
contacto con Fina para ir a conocerla. Había hablado con su jefa desde Missouri
unas semanas antes. Conseguí la dirección de la casa en la que trabajaba y
quedé en ir varios días después. Pero no tomó el teléfono. De todas formas fui
el día acordado y, luego de manejar por 25 minutos, por suerte estaba en la
casa. Todos estaban de viaje, pero ella seguía ahí. No parecía sorprendida de
verme. “Ay, no sé dónde dejé el celular botado!” No estaba ignorando mis
llamadas a propósito. Me cayó bien de inmediato. Yo intentaba sonreír mucho
para caerle bien yo también. Ella caminaba por la casa y un perrito blanco la
seguía. Yo ya había hablado con su jefa y sabía algunas cosas sobre su vida.
Quería hacerle más preguntas y conocerla un poco más. Saqué mi grabadora nueva
de la cartera. Acababa de aprender a usarla. Era más grande de lo usual. Fina
se rió de la vergüenza. “Ay, me vas a grabar?!” me dijo. Me di cuenta que sería
más cómodo para ambas apagar el motrocolo y hablar cara a cara, tomando notas
con un lapicero y una libretica 25 veces más liviana que esa grabadora Zoom.
Ahí me contó de su vida. Fue el primer día de lo que hoy sería mi primer
documental. Claro, que en ese entonces no tenía ni idea de que me iba a
enamorar tanto del proyecto.
Pero aparte de Fina necesitaba encontrar más mujeres en su posición:
otras mujeres con hijos en República Dominicana. Durante días anduve por una
ciudad prácticamente desconocida para mí, en búsqueda de una segunda historia.
Pasé por la casetica de guardián de uno de los tantos complejos residenciales
de Doral (“Are any of the workers in this complex Dominican?” “I don't think so.” “Ok,
thank you.”). También intenté fallidamente hablar con otra señora pero su jefa
no me lo permitía por miedo a que le pusiera ideas raras en la cabeza que la
hicieran renunciar y regresarse a su país. Hasta seguí el consejo de un amigo
haitiano que reside en Miami que me contó sobre el “Pequeño Santo Domingo,” zona
que ninguno de los dominicanos que yo conocía sabían que ni siquiera existía, y
mucho menos dónde quedaba. En lo que mi amigo haitiano y yo comíamos ropa vieja
cubana, me dio una ubicación aproximada y me dijo que preguntara al rededor de
esa área. Yo soy muy mala con las direcciones y me pierdo fácilmente. “You will
know when you are there. You will see the Dominican businesses and flag.”
Efectivamente, no me perdí. Era como el Washington Heights de Florida.
La Esquina del Lechón. Miami, FL |
Caminé de salón de belleza en salón de belleza, por cafeterías y
tiendas de santería, hasta por una oficina que trabaja con inmigrantes pero
estaba cerrada. No tuve suerte. Pero conocí gente simpática que me brindaron
refresco rojo y me sacaron a bailar un merenguito. En fin, no llegué a encontrar
mi segunda historia hasta que llegué a República Dominicana esa Navidad.
Al finalizar el Thanksgiving break tenía que regresarme a Missouri a
concluir el semestre. El viaje en carro fue fantástico, pero no para repetirlo
una semana después. Se ve muy lindo todo en el video y la recuerdo como una de
las mejores experiencias que he vivido, pero en realidad es muy pesado. Decidí
dejar el carro en Miami y me compré un pasaje de ida para volver a mi
universidad. Me costaba lo mismo que lo que iba a gastar en gasolina, pero 3
días más rápido y sin riesgo de gastar $100 extra en otra goma de repuesto. Dos
meses más tarde me reencontré con mi carrito rojo. Era enero 2013; hace un año exacto.
“Nana, el documental,” estaba comenzando.