lunes, 30 de agosto de 2010

UN TECHO PARA MI PAIS

Un Techo Para Mi País es una organización latinoamericana, liderada por jóvenes que de manera voluntaria ayudan a construir viviendas de emergencia para familias que viven en extrema pobreza. La organización llega a República Dominicana en el 2008 y hasta la fecha ha movilizado a más de 450 voluntarios. Las familias beneficiadas pagan un porcentaje mínimo del costo de la vivienda, y además colaboran en la construcción. Aquí una parte del trabajo que han ido realizando.


Antigua casa de Lourdes. Villa Mella.


Wilkin y Víctor ayudan a construir su nueva casa. Villa Mella.






Desanso para un dominó en el colmado. Villa Mella.


Escuela Las Malvinas en Villa Mella. Refugio para los voluntarios.


La Flor del Café de Herrera. Haina.


La Flor del Café de Herrera. Haina.


Vivienda terminada.

lunes, 23 de agosto de 2010

EL PEQUEÑO HAITI

La zona adyacente al Mercado Modelo de Santo Domingo se conoce como “El Pequeño Haití”. En el edificio que aquí aparece, se alquilan habitaciones por menos de 45 dólares al mes. Además de ser el hogar de estos haitianos, a algunos también les sirve como base laboral y allí preparan sus redes para ir a pescar, o los platos del día que luego saldrán a vender. En estos pasillos estrechos, cada cual encuentra su espacio.





















FOTOS DE LECTORES

Si quieres compartir algunas fotos que tengas del tema, mándalas a unadominicanarubia@gmail.com
Tamaño: Preferiblemente 12" el lado más largo, a 72 dpi


República Dominicana
Foto de: Joseline Polanco

domingo, 15 de agosto de 2010

D'PELUQUERIAS


Barahona, RD


Santo Domingo, RD


Santo Domingo, RD


Santo Domingo, RD


Puerto Príncipe, Haití


Puerto Príncipe, Haití


Puerto Príncipe, Haití


Festus, Missouri


Santo Domingo, RD


Santo Domingo, RD


Santo Domingo, RD


Santo Domingo, RD


sólo en Santo Domingo, RD

Si quieres compartir algunas fotos que tengas del tema, mándalas a unadominicanarubia@gmail.com
Tamaño: Preferiblemente 12" el lado más largo, a 72 dpi

lunes, 9 de agosto de 2010

TE QUIERO MUCHO


Para el 2010 tenía un proyecto fotográfico por desarrollar por lo cual fui a la frontera con Haití a finales del 2009 para investigar. Fui con dos amigos a varios pueblos de Elías Piña. Empezamos el recorrido en Comendador y seguimos por Bánica y Pedro Santana. Tenía un buen contacto dominicano en esa provincia que conocía a gente que me podía ayudar de este lado de la frontera, pero del otro lado no tenía a nadie.




En Boca de Bánica cruzamos el río Artibonito en una canoa para llegar al mercado en Haití. No, no era una yola, era una canoa. Y hasta tenía matrícula. En el mercado investigué un poco pero me di cuenta que en ese pueblo no iba a encontrar mi historia, así que volvimos a pagar los RD$10 del pasaje en canoa y nos devolvimos. Donde enseguida entendí que estaba lo que buscaba fue en la agradable y silenciosa comunidad de Los Cacaos.




Llegamos a Los Cacaos y en el caliente y seco paisaje el único sonido que se escuchaba entre las lomas era el de los rezos en la iglesia de la comunidad. Es uno de esos lugares que te dan mucha paz y tienen "buena energía," y sus habitantes también. Y ahí, en la misma línea fronteriza, apareció Tidè, mi ángel haitiano. Me acerqué a él y enseguida le pregunté si hablaba español. (Tomé clases de creole pero sólo sé formular unas cuantas oraciones, y entenderlo cuando me hablan ya es otra historia.) Le expliqué mi proyecto y lo que estaba buscando en su comunidad. Me respondió alegremente y me llevó donde tres familias que él pensaba me podían ayudar. Se autodesignó el rol de mi guía personal y traductor sin pedir nada a cambio y siempre con una sonrisa en la cara. Cuando llegamos donde la tercera familia ya ni le tenía que explicar lo que yo quería que les dijera, él mismo le daba play a su discurso. Intercambiamos teléfonos para seguir en contacto cuando tomara forma el proyecto. Esa noche, de vuelta al hotel en Elías Piña, uno de mis amigos recibió una llamada. Era Tidè muy contento y confirmando que tenía el número correcto. Se despidió afectuosamente. Unos días más tarde, como a las 6 de la mañana, recibí una llamada de un número desconocido. Respondí entre dormida y despierta e intentando descifrar lo que me decía la persona que estaba al otro lado del teléfono. Tidè. Sólo quería saludar. "¿Cuándo tú vuelve? Tú me cae bien." Quedamos en vernos pronto y al despedirnos me dijo, "te quiero mucho." Me reí, me tomó por sorpresa. Me imaginé su cara con su sonrisa tan blanca y me sonreí por igual. "¡Yo también!" Esa misma semana mi amigo me dijo que había recibido otra llamada de Tidè. "¿Y qué te dijo?" le pregunté. "Pues para saber cuándo vamos y que nos quiere mucho." Unas cuantas llamadas más nos llegaron en ese mes. A mí me alegraba el día ver un número desconocido en la pantalla de mi celular y al responder escuchar una voz animada con acento haitiano. Antes de colgar, ya sonreída de antemano, estaba atenta al cierre tan esperado: "Te quiero mucho." "Yo también te quiero mucho Tidè."

lunes, 2 de agosto de 2010

MAR


Estuve un fin de semana en Samaná con un pequeño grupo de amigos. La primera noche dormimos en el Limón, en un hotel de cuatro habitaciones estilo casita de madera en el campo, con colores brillantes y techos de zinc. La cama tenía un mosquitero colgado de un clavito en una esquina. Faltaba encontrar los otros tres clavitos para abrirlo y colocarlo correctamente. Miré por todas partes y encontré como 15 opciones: pequeños, grandes, con la cabeza chata, con la cabeza tipo gancho, en la pared izquierda, en la derecha, en la de alante, en el techo... mi cerebro se rindió y no colgué ningún mosquitero, simplemente puse el abanico en el nivel más alto. Me ofusco cuando veo demasiadas opciones. Por ejemplo, en casa de algunas personas de clase media y alta, cuando entro al baño de visitas a lavarme las manos me pasa lo mismo. Después de mojármelas, cuando busco cómo secarlas me encuentro con una toalla de lino con las iniciales de la pareja dueña de la casa, abajo de esa una toalla de algodón también con las iniciales, en la pared de al lado tres toallitas más de lino con encajes, y en el piso una canastica de mimbre con 7 toallitas de algodón enrolladitas. ¿Qué se supone que haga? Me confundo, me sacudo las manos un chin y me las termino de secar con los jeans. En el baño del hotel en Samaná no había toallas de lino, lo que había era una color fucsia detrás de la cual salió una cucaracha para desearnos buenas noches y luego caminarle por encima a los lentes de contacto de una de mis compañeras de viaje. 


A la mañana siguiente fuimos en botecito a varias playas no muy conocidas. Uno de los que andaba con nosotros bucea, y nos llevó primero a Cabo Cabrón. El trayecto en bote duró unos cuarenta minutos en un mar picadísimo y azulísimo, un azul que nunca había visto en ningún mar, intenso como el de la bandera. Las ganas de vomitar no faltaron. Mientras mi amigo buceaba, mis amigas y yo nadamos con esnórkel con mucha dificultad (siempre se metía agua por el palito), pero valió la pena. Lo más increíble estaba en el agua, aún cuando yo estaba limitada a estar a no más de 2 metros bajo el mar. El panorama era igual que en los documentales y ahora yo era parte de ello: inmensas paredes de coral a las que no se les veía el fin, con los rayos de luz filtrándose por el agua tan azul, peces de todos los colores nadando alrededor nuestro y haciendo el remolino ese que hacen (precisamente en el punto del mar donde los rayos del sol los iluminaban perfectamente). Era increíble ver el paisaje verde de afuera y luego hundir la cabeza en el agua y encontrarse con otro mundo distinto ahí mismito. Los peñoncitos de roca que sobresalían del mar, abajo del agua en verdad eran ENORMES y en ellos se escondían un montón de animales.


El otro destino del día fue Playa Frontón, donde el agua no era azul intenso, sino verdosa y cristalina. Para llegar, el bote iba bordeando la costa de acantilados cubiertos de vegetación. De repente, entre ellos se abrió una pequeña franja de arena y palmas, y luego seguían los acantilados. Esa franja de playa era nuestra parada. En Cabo Cabrón nos habíamos debatido entre si quedarnos sentados dentro de la barca para descansar las extremidades después de tanto nadar o si pasar el tiempo nadando precisamente para evitar estar sentados dentro de la barca sufriendo de unas náuseas incontrolables. Ahora, al fin en tierra firme y tumbados en la arena, pudimos descansar. Mirábamos hacia el mar o hacia un grupo de escaladores que subía la roca detrás de nosotros. Ya la cuestión no era la indecisión sobre en cuál clavito iba el mosquitero, sino el intentar decidir hacia dónde mirar y desde qué punto de la playa había una vista más bonita que la del punto anterior. Increíble, Samaná, increíble.