lunes, 29 de marzo de 2010

COMUNICARSE

Era un día de esos de abril del 2009 cuando estaba desarrollando un proyecto fotográfico por el cual estaba vivíendo en la Zona Colonial un tiempo. Paseaba por El Conde, cuando se me acercó una extranjera y me preguntó si hablaba inglés. Pensé que era una turista que necesitaba direcciones, hasta que me empezó a hablar de Cristo, en español, y me entregó un panfleto explicativo sobre lo mucho que él me amaba. Lo acepté, lo guardé en mi cartera y seguí caminando hasta mi apartamento. Mi apartamento colonial quedaba frente a un parque, en un tercer piso de difícil acceso entre escaleras incómodas, pasillos estrechos y tres candados que abrir y cerrar cada vez que se atravesaba de un lado al otro. Esa tarde había quedado con una amiga para juntarnos en mi apartamento, pero en lugar de esperarla arriba (sabiendo que si subía tenía que volver a bajar para abrirle) decidí esperarla sentadita en el parque.

Allí conocí a un loco. Lo había visto pasearse por la Zona varias veces, con su barba canosa. Tiene un caminar peculiar, pesado y pausado pero aún así determinado, pues fija la mirada en un punto y camina hacia adelante. Esta vez, a veinte pies de distancia, fijó su mirada en mí. Yo estaba sentada en un banco del parque y mientras lo veía acercarse sin despegarme los ojos de encima, pensé que quizás ese banco "le pertenecía" a él y yo había osado en invadir su espacio. Estaba cada vez más cerca y con ganas obvias de decirme algo. Ese día él arrastraba una gran funda de saco que a simple vista parecía estar vacía. Cuando finalmente llegó hasta mí, de su boca no salieron palabras, sino sonidos que, en su mundo, hacían sentido. Siguió su monólogo a la vez que me colocaba su saco en frente para que me asomara dentro y entendiera mejor lo que me estaba exponiendo. Dentro de su enorme saco habían sólo cinco encartes de periódico y una docena de volantes de KFC. Más nada. El loco entró su brazo hasta el fondo, tomó unos cuantos y me los mostró orgullosamente mientras seguía balbuceando explicaciones. Sus sonidos eran incomprensibles, pero su emoción y sus movimientos empezaron a comunicarme algo. Le presté la debida atención a su discurso y le sonreí. Saqué de mi cartera el panfleto de la Testigo de Jehová, y extendí mi brazo hacia él ofreciéndoselo. Lo analizó pocos segundos y lo tomó en sus manos. Se alegró, y con un mover de la cabeza y un sonido me lo agradeció. Lo metió en su saco junto a su colección de ofertas de pollo frito y nos despedimos.

Por unos minutos logré una extraña conexión con él. Yo no hablo mucho, y aunque la gente aún me insiste que debo de hablar más, yo sigo pensando que en la vida existen mejores maneras de comunicarse.

13 comentarios:

  1. YO espero ansiosa e impacientemente la fecha de publicacion de tu libro!!! muah! te quiero!!

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  2. Gracioso y profundo a la vez...

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  3. Mi favorito hasta la fecha. Kudos. :)

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  4. me encanto medio una leccion con respecto a comunicarse siempre que tengo motivo muy especial de mencionarte como excelente fotografa bella persona por dentro y fuera comento que tu debes hablar mas sin pensar hasta ahora que tu y yo nos comunicamos con imagenes, sigues como eres sigues hablando con imagen y escritura que son tu personalidad que te hace mas bella,,,,,,,,,,,,,,,,,

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  5. Tatiana..que bueno que conocí tu blog!! me encanta! , Veronica M.

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  6. Me encanto tatis...y tienes toda la razon del mundo!

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  7. Me encanta. Pero tu estas loca! hahahah

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  8. Me encanta leer tus publicasiones <3.

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