El curador me prohibió subir más fotos de la exposición pero yo les sigo contando un poco más del "behind the scenes" de varias fotos como hice en la entrada pasada.
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La Paletera
A Susie la conocí hace unos meses. Es la paletera de la construcción
que está frente a mi apartamento. Cada vez que salía del parqueo de mi
edificio, la veía ahí, rodeada de obreros, sonreída, con unas trencitas. Las
trencitas. Por ellas tuvimos nuestra primera conversación. Siempre que la veía
pensaba, Un día le voy a pedir que me peine así. Y un día de abril al fin me
acerqué. Entre mis pocas palabras en kreyol y sus pocas palabras en español, le
pregunté cuánto me cobraría por llenarme el pelo de trenzas. “Lo qué tú
quiera,” me respondió. Me puso un block como banquito y un cuaderno como cojín,
y durante dos horas Susie me peinó ahí sentada. En verdad el resultado creo que
me hacía parecer más turista gringa en Punta Cana que una haitiana, pero me
gustó. A partir de ese día, cada vez que salía del edificio en mi carro, Susie
me buscaba con la mirada a través del cristal y me saludaba.
Un día un amigo necesitaba una haitiana para un foto de una campaña
publicitaria, y me preguntó si conocía alguna. Le hablé de Susie. Le hice una
foto con el celular y se la mandé a mi amigo.
La eligieron y se la llevaron un día completo para la sesión. Al día
siguiente crucé la calle para preguntarle cómo le había ido y feliz me contó
todo lo que la pusieron a hacer y lo mucho que le pagaron. Al otro día fue la
sorpresa. Me tocan el intercom y me dicen desde el lobby, “Tatiana, Susie te
está buscando.” Cuando bajé ella se acercó a mí con una bolsa plástica como de
supermercado. Adentro habían unos jeans y un reloj. “Para ti,” me dijo. Ella
sentía que tenía que agradecerme por la
picota y yo no sabía cómo agradecerle a ella el gesto de
hacerme ese regalo. No me salía ni una palabra.
Cuando comencé a hacer la serie de autorretratos, me dije que tenía
que hacer uno como paletera, que yo tenía que ser Susie por un día. Me puse el
pantalón que ella me regaló y una blusa que tenía en mi gaveta y crucé a
explicarle lo que quería hacer. Le pedí sus tenis y le di mis chancletas; le
pedí su mariconera y me la pasó con todo el dinero adentro y con la mascota
donde ella anota los obreros que le cogen fiao. Me obligó a venderles de
verdad. Hice varias pruebas pero todavía no parecía paletera. Le pedí que
cambiara su blusa con la mía. Dijo que sí sin pensarlo. Cruzamos a mi torre y
en el bañito de abajo nos cambiamos de ropa. Ya poco a poco me he ido
acostumbrando, pero todavía no me deja de sorprender lo fácil que es para la
gente de otras culturas desnudarse frente a alguien que casi
ni conoce. Susie se quitó la blusa y no tenía sostén. Me seguía hablando
normal, contándome que tenía una hija en Puerto Príncipe y preguntándome sonreída si yo
tenía hijos también. Le dije que no con un poco de miedo a decepcionarla y volvimos a salir a la calle. Por último
le pedí prestados sus audífonos para sentarme como si estuviera escuchando
música al lado de la paletera, como ella siempre hace. Poco a poco intenté
meterme en el personaje. De pronto me di cuenta que nunca había visto mi
edificio desde ese lado de la calle. Se veía distinto desde ese banquito, sentada
al lado del basurero. El edificio se veía más limpio. Veía carros y yipetas
salir del parqueo y cruzarme. Se sentían lejos, como inalcanzables.
La vendedora en el
semáforo
Para lograr esto sabía que tenía que ir ya vestida a la intersección
porque en el medio de la calle iba a ser difícil cambiarme de ropa con alguien. Duré
varios días analizando cada vendedora que me cruzaba por la calle, para ver
cuál de mis ropas podía combinar para la foto. Por lo menos lo básico me podía
poner, y una vez en el semáforo podía tomar algunas cositas prestadas: una
gorra y una toalla para la cabeza, y también lo que sea que yo fuera a vender.
"Y tú te vas a poner la gorra de ese tipo que tú no
conoces?" era la preocupación de mi amigo fotógrafo que me acompañó a hacer
esta foto. Necesitaba una persona para ésta porque no podía dejar la cámara en
un trípode en el medio del caos de la Avenida 27. Me acerqué a un vendedor de
frutas.
-
A cuánto son esa?
-
Guayaba. A 3 por 150 y 4 por 200.
-
Dame esa 3. Pero mira, yo necesito un favor. Prétame
el racimo entero y esa toalla y tu gorra por 10 minuto pa tirame una foto como
si yo fuera tú.
-
Ah, tá bien.
Sencillo. Esa fue la parte más fácil, la que la gente cree que es la
más difícil. Pedirle cosas prestadas a un extraño es lo de menos. Lo que seguía
era que no me atropellaran. De verdad puedo decir que desde ese día le tengo un
respeto mayor a toda persona que se para bajo el sol caribeño a vender algo
cada vez que el semáforo cambia a rojo.
Intentamos la foto varias veces y no salía bien. También intenté
vender las frutas que tenía en la mano pero la gente me ignoraba. Estúpidos. Lo
mismo que hago yo cuando ando en mi carro de ni siquiera hacer contacto visual
con nadie que se acerque a mi ventana. Así me trataban todos. La luz volvía a
cambiar a verde, y yo salía corriendo para la calzada. Yo no lo estaba haciendo
muy bien. Y también creo que estaba agarrando las guayabas mal porque al cabo
de 3 minutos ya me dolían las muñecas por el peso. Mi amigo fotógrafo se burlaba
de mí y yo le decía, “Ven cárgala tú pa’ que tú vea si pesa!”
Un vendedor de tarjetas de llamada me acogió. Me explicó mejor la rutina
del vendedor de semáforo. Básicamente cuando se pone verde hay que correr hacia
el lado que la calzada que quede más cerca, ya sea izquierda o derecha, y por la
acera ir caminando acercándose al semáforo que sería la línea de partida. En sus
marcas listos, fuera. Cuando vuelve el rojo, el mar de vendedores entonces navega
por la calle alejándose del semáforo, carro por carro, hasta que se ponga verde
nuevamente. El vendedor de tarjetas me buscaba cada vez que finalizaba la
carrera y casi me abrazaba mientras me encaminaba hacia la esquina a esperar
que se pusiera rojo otra vez. Me fue saliendo mejor. Y también tuve suerte que
un hombre en una yipeta me compró unas guayabas. Pero me las regateó. No
importa, se las vendí como quiera. Le llevé el dinero y los limoncillos que no
vendí a su dueño original, volví a mi carro y me fui a la casa, esta vez sonriendo y
siendo cordial con los vendedores que me topaba en el camino, respondiendo con
un, “No, gracias,” en lugar de evitarlos con la mirada.
Foto por Ricardo Piantini Hazoury. |
Me encantan las cosas que haces. Te veré en la exposición. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Pavel! Nos vemos en la expo!
EliminarNo había leído esta entrada... ¡me siento parte de la historia de Susie! jajaja... nos vemos en tu inauguración.
ResponderEliminarSí, Luis!! Eres parte! Nos vemos en la expo!
EliminarQue tiempo va a durar la exposicion???
ResponderEliminarHasta el 30 de septiembre. El Centro de la Imagen abre Lun-Vier de 9am a 1pm y de 2:30 a 6pm y sábados de 9am a 1pm.
EliminarMe interesa ir un día que estés. Alguno en particular?
ResponderEliminarHasta ahora no hay visita guiada planificada pero si surge una te dejo saber!
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