domingo, 31 de agosto de 2014

Autorretratos. 2 de 2.

Ya el jueves se inaugura la exposición "No Soy la que Soy." Aquí está la invitación. Espero verlos por allá!

El curador me prohibió subir más fotos de la exposición pero yo les sigo contando un poco más del "behind the scenes" de varias fotos como hice en la entrada pasada.


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La Paletera

A Susie la conocí hace unos meses. Es la paletera de la construcción que está frente a mi apartamento. Cada vez que salía del parqueo de mi edificio, la veía ahí, rodeada de obreros, sonreída, con unas trencitas. Las trencitas. Por ellas tuvimos nuestra primera conversación. Siempre que la veía pensaba, Un día le voy a pedir que me peine así. Y un día de abril al fin me acerqué. Entre mis pocas palabras en kreyol y sus pocas palabras en español, le pregunté cuánto me cobraría por llenarme el pelo de trenzas. “Lo qué tú quiera,” me respondió. Me puso un block como banquito y un cuaderno como cojín, y durante dos horas Susie me peinó ahí sentada. En verdad el resultado creo que me hacía parecer más turista gringa en Punta Cana que una haitiana, pero me gustó. A partir de ese día, cada vez que salía del edificio en mi carro, Susie me buscaba con la mirada a través del cristal y me saludaba.

Un día un amigo necesitaba una haitiana para un foto de una campaña publicitaria, y me preguntó si conocía alguna. Le hablé de Susie. Le hice una foto con el celular y se la mandé a mi amigo.

La eligieron y se la llevaron un día completo para la sesión. Al día siguiente crucé la calle para preguntarle cómo le había ido y feliz me contó todo lo que la pusieron a hacer y lo mucho que le pagaron. Al otro día fue la sorpresa. Me tocan el intercom y me dicen desde el lobby, “Tatiana, Susie te está buscando.” Cuando bajé ella se acercó a mí con una bolsa plástica como de supermercado. Adentro habían unos jeans y un reloj. “Para ti,” me dijo. Ella sentía que tenía que agradecerme por la  picota  y yo no sabía cómo agradecerle a ella el gesto de hacerme ese regalo. No me salía ni una palabra.

Cuando comencé a hacer la serie de autorretratos, me dije que tenía que hacer uno como paletera, que yo tenía que ser Susie por un día. Me puse el pantalón que ella me regaló y una blusa que tenía en mi gaveta y crucé a explicarle lo que quería hacer. Le pedí sus tenis y le di mis chancletas; le pedí su mariconera y me la pasó con todo el dinero adentro y con la mascota donde ella anota los obreros que le cogen fiao. Me obligó a venderles de verdad. Hice varias pruebas pero todavía no parecía paletera. Le pedí que cambiara su blusa con la mía. Dijo que sí sin pensarlo. Cruzamos a mi torre y en el bañito de abajo nos cambiamos de ropa. Ya poco a poco me he ido acostumbrando, pero todavía no me deja de sorprender lo fácil que es para la gente de otras culturas desnudarse frente a alguien que casi ni conoce. Susie se quitó la blusa y no tenía sostén. Me seguía hablando normal, contándome que tenía una hija en Puerto Príncipe y preguntándome sonreída si yo tenía hijos también. Le dije que no con un poco de miedo a decepcionarla y volvimos a salir a la calle. Por último le pedí prestados sus audífonos para sentarme como si estuviera escuchando música al lado de la paletera, como ella siempre hace. Poco a poco intenté meterme en el personaje. De pronto me di cuenta que nunca había visto mi edificio desde ese lado de la calle. Se veía distinto desde ese banquito, sentada al lado del basurero. El edificio se veía más limpio. Veía carros y yipetas salir del parqueo y cruzarme. Se sentían lejos, como inalcanzables.

La vendedora en el semáforo

Para lograr esto sabía que tenía que ir ya vestida a la intersección porque en el medio de la calle iba a ser difícil cambiarme de ropa con alguien. Duré varios días analizando cada vendedora que me cruzaba por la calle, para ver cuál de mis ropas podía combinar para la foto. Por lo menos lo básico me podía poner, y una vez en el semáforo podía tomar algunas cositas prestadas: una gorra y una toalla para la cabeza, y también lo que sea que yo fuera a vender.
"Y tú te vas a poner la gorra de ese tipo que tú no conoces?" era la preocupación de mi amigo fotógrafo que me acompañó a hacer esta foto. Necesitaba una persona para ésta porque no podía dejar la cámara en un trípode en el medio del caos de la Avenida 27. Me acerqué a un vendedor de frutas.

-       A cuánto son esa?

-       Guayaba. A 3 por 150 y 4 por 200.

-       Dame esa 3. Pero mira, yo necesito un favor. Prétame el racimo entero y esa toalla y tu gorra por 10 minuto pa tirame una foto como si yo fuera tú.

-       Ah, tá bien.

Sencillo. Esa fue la parte más fácil, la que la gente cree que es la más difícil. Pedirle cosas prestadas a un extraño es lo de menos. Lo que seguía era que no me atropellaran. De verdad puedo decir que desde ese día le tengo un respeto mayor a toda persona que se para bajo el sol caribeño a vender algo cada vez que el semáforo cambia a rojo.

Intentamos la foto varias veces y no salía bien. También intenté vender las frutas que tenía en la mano pero la gente me ignoraba. Estúpidos. Lo mismo que hago yo cuando ando en mi carro de ni siquiera hacer contacto visual con nadie que se acerque a mi ventana. Así me trataban todos. La luz volvía a cambiar a verde, y yo salía corriendo para la calzada. Yo no lo estaba haciendo muy bien. Y también creo que estaba agarrando las guayabas mal porque al cabo de 3 minutos ya me dolían las muñecas por el peso. Mi amigo fotógrafo se burlaba de mí y yo le decía, “Ven cárgala tú pa’ que tú vea si pesa!”

Un vendedor de tarjetas de llamada me acogió. Me explicó mejor la rutina del vendedor de semáforo. Básicamente cuando se pone verde hay que correr hacia el lado que la calzada que quede más cerca, ya sea izquierda o derecha, y por la acera ir caminando acercándose al semáforo que sería la línea de partida. En sus marcas listos, fuera. Cuando vuelve el rojo, el mar de vendedores entonces navega por la calle alejándose del semáforo, carro por carro, hasta que se ponga verde nuevamente. El vendedor de tarjetas me buscaba cada vez que finalizaba la carrera y casi me abrazaba mientras me encaminaba hacia la esquina a esperar que se pusiera rojo otra vez. Me fue saliendo mejor. Y también tuve suerte que un hombre en una yipeta me compró unas guayabas. Pero me las regateó. No importa, se las vendí como quiera. Le llevé el dinero y los limoncillos que no vendí a su dueño original, volví a mi carro y me fui a la casa, esta vez sonriendo y siendo cordial con los vendedores que me topaba en el camino, respondiendo con un, “No, gracias,” en lugar de evitarlos con la mirada.
Foto por Ricardo Piantini Hazoury.

8 comentarios:

  1. Me encantan las cosas que haces. Te veré en la exposición. Un abrazo.

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  2. No había leído esta entrada... ¡me siento parte de la historia de Susie! jajaja... nos vemos en tu inauguración.

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  3. Que tiempo va a durar la exposicion???

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    1. Hasta el 30 de septiembre. El Centro de la Imagen abre Lun-Vier de 9am a 1pm y de 2:30 a 6pm y sábados de 9am a 1pm.

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  4. Me interesa ir un día que estés. Alguno en particular?

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    1. Hasta ahora no hay visita guiada planificada pero si surge una te dejo saber!

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