lunes, 25 de noviembre de 2013

Y si me tocas, qué pasa?

En esta fecha, dos años atrás, estaba viviendo en Missouri, sola, y con mucho frío. Este es un recuento de mi intento de lidiar con esto, mientras trabajaba en un proyecto fotográfico. 

 
Todavía estaba oscuro afuera. Intentaba hacer silencio, para camuflarme con la naturaleza, pero cada paso que daba sobre las hojas caídas sonaba como si estuviera caminando sobre un pasto de papitas Lays. No tenía los zapatos adecuados para esto y lo sabía. Tuve un presentimiento al salir de la casa de que me iba a dar frío, pero haber crecido en una isla caribeña no te hace una experta en moda para salir a cazar ciervos. Nunca había visto un ciervo antes y las probabilidades eran altas de que el primero que iba a ver sería uno muerto. Pero mis ruidosos intentos por encontrar el mejor ángulo para fotografiar no aumentaban la posibilidad de que hasta el animal más distraído se acercara a nosotros.

Era otoño. Me había mudado al  medio oeste de los Estados Unidos tres meses atrás para empezar una maestría en fotoperiodismo. Todavía cuestionaba mi decisión de mudarme al medio de la nada y esa mañana a las 5 me sentía más en el medio de la nada que nunca. Había venido con un sujeto al monte para un proyecto fotográfico. Era la primera semana de la temporada de ciervos y él estaba de caza con sus dos hijos. Johnny tenía la edad de mi papá, un hombre bondadoso de casi 60 años, pero su pelo completamente blanco, su piel casi rosada y sus movimientos lentos, lo hacían ver mayor. Su voz era suave y baja, hasta más baja que la mía. Podíamos estar en silencio uno al lado del otro por horas y a ninguno de los dos nos hubiera importado. Estar a su lado se sentía cómodo, familiar. El clima era lo único que se sentía incómodo esa mañana.

Pensé en República Dominicana. Estaba segura que en casa estaba caliente, aunque fuera noviembre, y que la gente allí seguía igual de calurosa como siempre. Mientras, Missouri se volvía cada día más frío y el carácter de los gringos por igual. Desde el primer día, cuando te introducen a una persona, el primer saludo marca la distancia: un par de manos se unen mientras dos largos brazos se aseguran de mantener a los nuevos conocidos suficientemente apartados. Ya empezaba a  anhelar más contacto físico. Ese micro-segundo cuando dos palmas se tocan no son lo suficientemente largos ni para que los gérmenes salten de una mano a la otra, y mucho menos para satisfacer mi necesidad de contacto humano. Un beso en la mejilla, como los dominicanos hacen, sería mucho pedir para un gringo; pero un abrazo me sonaba razonable. Intenté ese acercamiento con algunos de mis amigos estadounidenses. En lo que mis brazos iban por encima de sus hombros, sus manos se mantenían duras sobre sus caderas, mientras sus caras revelaban que se sentían confundidos, o peor aún: atrapados.

Unas semanas antes me había apuntado en clases gratuitas en la universidad para aprender a bailar blues. No era nada como la salsa con la que estaba familiarizada, pero me permitía hacer contacto con otras personas, hasta más de lo que estaba acostumbrada a tener. La clase se volvió mi excusa secreta para tocar gente.

“Bailar, al contrario del sexo, es mejor con el mayor número de parejas posible,” gritó el instructor. “Mujeres, roten en dirección del reloj.”

Estábamos organizados en un círculo, dos docenas de nosotros. La rutina era casi siempre la misma: introdúcete, permite que tu compañero de baile te agarre lo más cerca que cualquier extraño te ha tenido antes, baila por un minuto, agradece a tu camarada por un tiempo encantador, y sigue tu camino hacia el próximo par de manos. Es lo que speed dating sería si cambiamos las conversaciones por lenguaje corporal. Luego de dar la vuelta al círculo varias veces cada semana, empiezas a notar rasgos específicos: el Tipo #3 tiene las manos más suaves; el Tipo #5 siempre huele a habichuelas; el Tipo #9 respira intensamente en mi oído y me doy cuenta de que se quiere acostar comigo; el Tipo #11 toma el mando agresivamente y no tiene paciencia para errores; el Tipo #12 es nuevo y el detergente que usa para sus camisas huele a fresco; el Tipo #8 tiene una sonrisa bonita y una novia en el otro lado del salón. Lo que parecería un roce íntimo en verdad es una pincelada superficial con alguien cuyo nombre se te olvidará antes de la próxima clase. Luego de varias semanas, esos momentos sumaban horas de contacto insignificante que me dejaban igual de vacía. Lo que me hacía falta no era el toque de un extraño, sino tener a alguien a quien yo le importara.

Escuché a Johnny susurrarme desde el otro lado del tronco en el que estábamos los dos apoyados. Teníamos rato sin hablarnos. Cuando encontré un buen ángulo para mis fotos hundí mis pies en el último lugar donde pisé y me quedé ahí. Así pude permanecer en silencio y el único sonido que venía de mí era el esporádico golpe del obturador de mi cámara. Johnny me hizo señas de que caminara con él hacia donde sus hijos tenían sus puestos de caza. Nosotros no llegamos a ver ningún ciervo pero quizás sus hijos habían tenido más suerte.

Johnny llevaba un mono de camuflaje que se había puesto encima de su ropa normal para volverse invisible para su presa, pero con un chaleco naranja brillante encima para hacerse visible a los otros cazadores del área. “Intentamos estar seguros, de no dispararnos a nosotros mismos,” explicó.

Yo debí ponerme más capas, pensé. Mis dos capas de camisetas y el abrigo grande no eran lo suficientemente calientes para mí. Y los zapatos, esos a prueba de agua, desgastados y de color negro ya desteñido, que solía usar en RD cuando iba a fotografiar en lodo, no estaban ayudando a mantenerme caliente tampoco. Seca sí; caliente, ni cerca. Me estaba dando frío y en lo único que podía pensar era en la donut calientita acabadita de hacer que habíamos recogido a las 4:30 a.m. de camino al bosque. Todavía estaba en la camioneta esperando que me la comiera cuando termináramos, pero esa donut, al igual que yo, probablemente ya estaba fría.

“No puedo sentir mis pies!” dije mientras caminábamos. Me reí de mí misma, esperando no hacer un espectáculo al respecto, pero la verdad era que tenía mucho dolor. “Los dedos se me pegaron y no los puedo mover!” le dije a Johnny.

“Ven, te traje algo porque supuse que te iba a dar frío,” me dijo. Entró su mano en su bolsillo izquierdo y sacó algo con forma parecida a los sachets en las gavetas de mi abuela. Lo sacudió. Pensé que quizás iba a dejar salir un olor familiar y me quedé mirando la bolsita en su mano, esperando que algo pasara. Paramos de caminar. “Siéntate aquí,” me dijo luego de pasar su mano y barrer un poco la tierra sobre un tronco caído, “y agarra esto.” Me pasó la bolsita, que tenía las palabras HotHands  escritas en letras brillantes. “La bolsa se va a ir poniendo caliente y te calentará a ti. Sólo agárrala.” Un genio se debió haber inventado esto. Jugué un poco con ella.
 

“La puedo poner dentro de mis zapatos?” me pregunté en voz alta.

“Sí, pero ven, quítatelos, yo te caliento, será más rápido así,” me aseguró.

Antes de que pudiera decir nada más, se arrodilló frente a mí, colocando una rodilla en el piso húmedo en pose humilde, como de limpiabotas que se sienta debajo y a veces tiene miedo de subir la mirada hacia su cliente. Intenté hacer contacto visual, pero él estaba concentrado y entonces me dediqué a observar sus movimientos lentos. Johnny se quitó los guantes y colocó mi pie derecho entre sus manos. Sus palmas estaban tan calientes como la de cualquier persona normal en un día de verano. Sostuvo mi pie por un tiempo, ocasionalmente frotándolos para producir más calor. Hizo lo mismo con mi pie izquierdo. Lo miraba en silencio. El único sonido que se escuchaba era la brisa tocando las pocas hojas que quedaban en los árboles, los píos de criaturas desconocidas en el bosque, y la fricción de las manos de Johnny contra mis medias de lana. Me tocó.


3 comentarios:

  1. Tati, que alegria que volviste a escribir! Extrañaba tu blog y me trajiste un recuerdo de mi niñez. En mi primera experiencia con la nieve mi tio tuvo que quitarme las botas y hacer exactamente lo mismo, que dolor! Te entiendo perfectamente.
    Besos y sigue escribiendo!!!

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  2. Apenas me encuentro con tu blog... y me gusta como escribes :) Se siente candidez en tus letras. Buen trabajo.

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