lunes, 19 de julio de 2010

CUQUI


A veces, cuando una vive sola, inconscientemente busca maneras de sentirse acompañada. El año pasado me mudé unas semanas en un apartamento de la zona colonial. Una amiga, la verdadera inquilina del apartamento, me lo dejó mientras ella estaba de viaje, y aproveché para hacer unas fotos que tenía que tomar por el área.

La zona colonial tiene su encanto. Al contrario del resto de Santo Domingo, se puede ir caminando a todas partes y es más o menos seguro. También es muy seguro que te encuentres con varias cucarachas por el camino... o en tu casa.

La primera vez que la vi, fue en el baño de mi apartamento temporal. Era de noche. Iba lista para bañarme y cuando encendí la luz ahí estaba, frente al inodoro. Ahora que lo pienso, por lo general esos primeros segundos cuando nos descubrimos uno al otro, animal y humano, trascurren inmóviles; cada cual sorprendido por la presencia inesperada del otro, y el humano casi siempre con más miedo que el animal. Algún animal pensará, "ay, me agarraron" o sino se preguntará "¿quién es ésta?" Mi cucaracha tenía más bien la segunda actitud. Actuaba como la dueña del lugar. Mientras yo me iba deslizando mi chancleta fuera del pie y alzando el brazo, ella simplemente caminó sin prisa hacia detrás del inodoro y se desapareció. Por esa actitud tan confiada de su parte, y también un poco por mi sentimiento de soledad en ese edificio, desde esa noche la consideré una amiga, mi compañera de aparatamento, llamada Cuqui.

Dos días más tarde la volví a ver, esta vez en la cocina. Me hizo mucha ilusión verla, hasta falta me hacía. La saludé efusivamente... y luego la maté. Me dio pena, pero lo hice. Dos días después resucitó cerca del armario, pero la nueva Cuqui sufrió el mismo triste destino que la anterior.

A la semana, luego de una noche de bares, regresé a mi casa a la 1 A.M. Abrí la puerta de la habitación y encontré a Cuqui esperándome, ARRIBA DE MI CAMA, verdaderamente actuando como la dueña oficial del apartamento. No sé por qué la gente por lo general piensa que arriba de la cama uno está seguro y que los insectos y demás sólo caminan por el piso. Yo era una de esas personas. Solía caminar cuidadosamente por el apartamento atenta a cada pisada hasta llegar a la cama, donde me tiraba y ahí comenzaba a moverme con naturalidad en lo que el pulso me regresaba a su ritmo habitual. Pero ahora ni siquiera la cama era un lugar seguro, y no podía irme a dormir así. Una vez más, deslicé mi chancleta fuera mi pie derecho, manteniendo en todo momento el contacto visual con Cuqui, cambiando la mirada miedosa por una desafiante. Debatí un segundo si debía aplastarla directamente sobre la cama y ensuciar las sábanas con todo el juguito que podía salir de adentro de ella, o si simplemente sacudirla hacia el piso y luego seguirla. Me decidí por la primera opción para resolver rápidamente el tema, pero se me escapó. Era la 1:02. A la 1:45 yo todavía seguía parada en la misma posición: cerca de la puerta, balanceada sobre el pie izquierdo todavía calzado, el pie derecho elevado a la altura de la rodilla, izquierda y el brazo derecho elevado con la chancleta derecha en la mano, como una Estatua de la Libertad. Cuqui no apareció. Desistí y subí a la cama obligándome a pensar que no pasaba nada. "Tatiana, si hubieras regresado a casa cinco minutos más tarde ni te hubieras enterado que ella había pasado por aquí y todo estaría bien." Pero la realidad era otra. Yo SI la había visto y ahora no hacía más que pensar en ella, específicamente en ella caminándome por encima de mi cara, acariciando mi oreja. De tanto pensar así, la empecé a "sentir". Cada hebra de mi pelo que volaba con la brisa del abanico y me rozaba la piel, era como una patita de cucaracha caminando sobre mí. La imagen era la siguiente: yo acostada boca arriba y completamente arropada (aunque me moría de calor), tiesa y con ojos sospechosos que lo miraban todo; la luz aún encendida. Mi histeria terminó por el calor que sentía después de haber pasado tanto tiempo debajo del bombillo amarillo, como una empanada en una cafetería que la habían freído por la mañana y todavía en la noche seguía bajo la luz de la vitrina. Ya era hora de apagar e irme a dormir.

Pocos días después mi amiga regresó de su viaje y a Cuqui no la volví a ver. Cuando mi amiga se volvió a ir por trabajo, tres meses más tarde, y yo regresé a vivir allí para seguir con las fotos, cada vez que entraba a la casa iba haciendo un repaso mental. Por alguna razón cuando uno encuentra una cucaracha en un sitio, automáticamente considera ese lugar como un punto en potencia donde siempre podría aparecer otra, en la exacta coordenada donde casualmente la agarraste la primera vez. Así que en mi caso la lista que iba revisando mental y visualmente era algo como esta:

- frente al inodoro
- al lado del jabón en el lavamanos
- atrás de la cortina de baño
- en el pasillo de la cocina
- atrás de las cucharas
- atrás del gavetero
y, finalmente,
- al lado de mi almohada

5 comentarios:

  1. Afortunadamente sí llegaste 5 minutos tarde, ya que no te enteraste de que las cucarachas se apareaban en tu cama, y cuando llegaste ya todo había terminado y solo quedaba la que se durmió luego del acto.... ... ... xD

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  2. jajajajaja I love It!....Las experiecias con las cucharachas con un tanto mágicas y más sin son voladoras!!

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  3. jajajaja!! Que risa contigo!! Muy buena historia! Comparto el mismo sentimiento por las cuquis!!!

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  4. Creo que esta ha sido la forma más poética que he leído sobre las cucarachas :P

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