lunes, 28 de junio de 2010

UN HOMBRE, UN LIBRO, UNA GUAGUA

Ya me he dado cuenta de que el hecho de tener la dicha de poder elegir algunas cosas, no siempre significa que voy a elegir la correcta.  Esa es la desgracia de tener opciones, opciones tan simples como la de elegir en qué asiento uno se quiere sentar en el autobús: uno nunca sabe quién se puede sentar al lado.

Este fin de semana iba camino a Santiago (en la Metro, no en voladora) y terminé sentada detrás de la mujer que decidió acostar su espaldar hasta la máxima posición, y a la derecha de la que tenía el BB con el sonidito constante. Por mi oído izquierdo sólo escuchaba el sonido de sus dedos corriendo por el teclado, y por la esquina de mi ojo veía la ráfaga nerviosa de esos dedos demasiado experimentados.

Me puse a pensar en cómo hubiera sido mi viaje si se hubieran sentado gente distinta a mi lado, y en las personas que en el pasado me han tocado como compañeros de viaje. Hubo uno que, mientras yo estaba leyendo un libro, me preguntó si lo podía leer simultáneamente conmigo. Yo iba por la página 93 del libro, ¿qué exactamente pensaba él captar incorporándose en ese punto? No me salió decirle que no groseramente, lo que se me ocurrió decirle, en espera de una reacción arrepentida de su parte, fue, "Bueno, si no te molesta que vaya a mi ritmo y pase las páginas sin avisarte..." Pero accedió. Intenté leer lo más rápido posible e iba cambiando el ángulo de lectura para hacérselo más difícil, como si se tratara de una persecución en carro y eventualmente lo iba a perder e iba a dejar de caerme atrás. Lo que conseguí fue alejarme del aire que caía de su nariz sobre mi hombro, y cinco páginas más tarde desistió, pero no sin antes interrumpirme un par de veces para hacerme comentarios sobre la lectura. "Creo que el autor exagera cuando usa esa frase ahí," dijo pasando su mano frente a mi cara y colocando su dedo sobre mi libro. 

Una tarde, también camino a Santiago, se me sentó al lado un hombre que andaba solo. Este iba con su propio libro, lo cual me aseguraba que no iba a tener necesidad del mío ni tampoco necesidad de ponerme tema de conversación. Yo estaba concentrada escribiendo rápidamente unas notas en un cuaderno, hasta que me empezó a doler la muñeca y paré. Ahí fue que el hombre me decepcionó. Ya no era la persona perfecta que me podía tocar al lado en la guagua, sino que se convirtió en uno más de los que quieren ser escuchados. "¿Ya? ¿Te cansaste de escribir? ¿Y tú qué haces además de escribir?" Esa fue su frase introductoria para empezarme a hablar de SU vida. Era un artista bastante arrogante que hablaba maravillas de su propio trabajo. "Estoy hablando mucho," se interrumpe. "No, (sí) es que me duele la cabeza," y lentamente cerré los ojos con cara de dolor hasta que se calló. Cuando abrí los ojos nuevamente no me volvió a hablar, siguió leyendo su libro y yo me quedé mirando hacia afuera evitando su mirada, contando cuántos letreros de Cristo Viene hay en la carretera Duarte escritos sobre un fondo azul: Ya Cristo Viene, o Cristo Viene, el Fin se Acerca...



Esa misma noche, en el autobús de vuelta, tuve mucho cuidado al elegir mi asiento, intentando tener un regreso en paz a Santo Domingo. Caminé por el pasillo, crucé a una pareja de mujeres chismeando tikiti tikiti, y llegué hasta donde un hombre solo con un libro. Se veía tranquilo. El hojeaba su libro mientras yo me acomodaba en mi asiento. No había pasado ni un minuto, ni siquiera un intercambio de miradas, cuando me empezó a hablar. La guagua ni había arrancado. Me preguntó si quería hojear su libro, pero yo ni mirando el libro estaba. "¿Hojeralo? No, no se preocupe." Siguió hablando. "A qué tú te dedicas?" "Yo soy fotógrafa." "Ah, yo tengo un amigo fotógrafo, Pedro, ¿lo conoces?" Era como si me hubiese preguntado si conozco a Juan Pérez. "No lo conozco." "Y a Aurora, ¿la conoces?" (¿Y quién es Aurora?!) "No, no la conozco." Intenté recurrir a la técnica de cerrar los ojos, pero con él no funcionó, simplemente siguió haciendo preguntas. "Tatiana... ese nombre es como ruso, ¿verdad?" Ahí mismo vi subir a un amigo mío a la guagua, pero lo que yo vi fue más bien como si él hubiese llegado sobre un caballo blanco, con armadura y espada, para rescatarme en el momento exacto. Como si yo le fuese a tirar mi larga cola de cabello para que me halara hasta el asiento a su costado. Como si una luz mágica lo iluminase por detrás mientras sonaba una musiquita y la voz del hombre del libro se iba desvaneciendo junto a la banda sonora de mi cuento de hadas. Rápidamente dejé al hombre a mi lado hablando solo y me senté junto a mi amigo. Esta vez creo que éramos nosotros dos los únicos que estábamos hablando en toda la guagua. Y viajaron felices por siempre. FIN (Ay, entonces, ¿Cristo Viene?)

5 comentarios:

  1. jajajaja Cristo se entretuvo con uno de esos pasajaeros y no ha llegado al destino (si es que se llegó a subir en la guagua, pq a veces esos pasajeros ponen conversacion desde la parada)

    ResponderEliminar
  2. tengo un pana que se autoelogia todo el tiempo... eso empalaga fuertemente!

    ResponderEliminar
  3. Casi siempre queda vacio el siento al lado del mio en el AVE (tren de alta velocidad español).Ayuda tener medio cuerpo tatuado.No doy el perfil de doctor.

    ResponderEliminar
  4. jejejejjeje mi gusto mucho tu historia... oye sigueme en www.activoo.net

    ResponderEliminar