lunes, 7 de junio de 2010

EL COLMADO CON AIRE Y EL SALON DE 70 PESOS


Una vez, cuando estaba en la universidad, uno de mis compañeros introdujo a los demás a lo que él llamaba "el colmado con aire." De más está decir que consistía en un colmado que tiene aire acondicionado. Unos meses más tarde mi amiga Laura me habló del salón donde ella se arreglaba, diciéndome que por el lavado y secado cobraban 50 pesos (1.35 dólares). "¡Oh! ¿Y dónde es eso?" le pregunté. "Al lado del colmado con aire." Qué bueno es tener amigos que conozcan tantos lugares estratégicos. Fui varias veces al salón y no estaba mal.

Hace dos años volví, pero en vez de costarme $50, costaba $70 de lunes a jueves, y $80 de viernes a domingo, más $30 extra si la planta eléctrica estaba prendida cuando llegara mi turno. Mis amigas me decían que no era posible que existiera un salón tan barato, que eso no era bueno, y que se me iba a caer el pelo. "Pues... para la próxima llevo mi propio shampoo, si ese es el problema." "No es el shampoo, es la forma de secarte, no te deben tratar el pelo como te lo deberían tratar." Yo no hice mucho caso. En mi cabeza estaba claro que las empleadas de ese salón eran igual de buenas que las de los otros salones.

Para complacer a mis amigas que tantas ganas tenían de opinar, un día tomé mi cartera, mis $90 (algo extra para la propina), y el shampoo que tenía en mi baño (marca Dove) y me fui para mi salón, al lado del colmado con aire. Cuando llegué, pasé frente al colmado y el aire estaba apagado, tenían sólo el abanico encendido. Por un momento pensé que me iba a tocar pagar los $30 de la planta, pero tuve suerte.

Me lavaron bien. El cabello quedó más oloroso que nunca porque ese shampoo Dove huele muy bien. Me senté en la silla de la mujer que me iba a secar. Frente a mí estaba su mesa para apoyar cosas; encima tenía una libreta y una cáscara de guineo. Sí, una cáscara de guineo. Abajo de la cáscara había un peine. Ella agarró el peine que estaba abajo de la cáscara y me lo pasó por el pelo. ¡Así no más! No me dio tiempo decirle nada, y ya después de cepillarme el pelo tres veces, ¿qué diferencia iba a hacer? Lo único que quedaba era no darle mente.

Ese día en especial, cuando salí de ahí, todo el mundo me piropeó lo lindo y oloroso que estaba mi pelo. ¿Habrá sido por el potasio del guineo que la mujer seguramente se había comprado esa mañana en el colmado con aire?

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