lunes, 10 de mayo de 2010

VIAJANDO EN UN GERIATRICO

Hace dos años mi abuela quería llevarnos a mi hermano y a mí en un crucero por el Mediterráneo durante el verano. Finalmente ella no pudo ir y nos fuimos mi hermano y yo solos, de "luna de miel," por Europa. En las dos semanas que duró el viaje, 23 veces (por lo menos) dije la frase “No es mi esposo, es mi hermano.”


No sabíamos que ese tipo de viajes estaba prácticamente destinado a un público envejeciente. En el barco sólo el 10% tenía menos de 40 años mientras que el 80% tenía una alta probabilidad de no llegar vivo al último puerto. En nuestra primera noche abordo, nos fuimos “de bonche” a la librería del barco a jugar Scrabble, donde conocimos a 4 amigos cuyas edades sumaban 414 años. Otras actividades divertidas que se podían aprovechar fuera de la librería eran las clases de Word en el salón de computadoras, y en el salón de baile las clases de cha cha cha al ritmo de la música de Maná.
La segunda noche hubo una SUPER FIESTA en la discoteca, con esmoquin y vestido formal, como un típico prom gringo… pero para seniors. Había una discordancia visual en esa imagen de ancianos en un prom. Me pidieron la cédula a la entrada de la "disco". Se las di. "Oh, yo pensaba que tenías como 16 años." No le respondí, pero pensé, "Sí, supongo que no soy tan vieja como el resto, pero soy mayor de edad."
Los ancianos bailaban boleros a ritmo del cha cha cha que habían aprendido en la clase. Después vino una música twist y enloquecieron: los viejitos rompiendo la pista, a punto de romperse las caderas también. Las manos arribas, y el gritico ¡Wooo! y el trencito, y el gritico ¡Wooo! y… brazos arriba, a formar un puentecito para pasarle por abajo, ¡Wooo!

En la décima noche fuimos al restaurante del barco por última vez a romper la misma promesa estúpida que nos hacíamos todas las noches: "Ok, ok, HOY sí que no vamos a comer postre." Esa noche fui a recepción a pedir que me dieran un mini tour de la cocina (me daba mucha curiosidad ver de dónde salía nuestra comida). Me dijeron que ya no era posible. No obstante, yo confiaba que con una sonrisita mía podía conseguir muchas cosas, así que fui donde el director del comedor a sonreírle y decirle que por favor me dejara asomarme a la cocina. Logré mucho más que eso. Me tomó del brazo como un caballero en una película en blanco y negro, y me coló por la puerta de la cocina rápida y disimuladamente. En un solo minuto me enseñó el área del café, de lavar platos, de pastelería, de salados... Enorme y agitado todo, en esa cocina donde se preparan 9,000 platos al día. Así me despedí del restaurante y del barco.
La despedida de mi hermano, sin embargo, consistió en pasar por la mesa de al lado constituida por 8 doñas mexicanas enamoradas de él y que, noche tras noche le enumeraban a sus hijas solteras. A mí sólo me decían, "Ay, ¡pero qué hermoso hermano tienes! ¡Es una joya! ¡Una foto con él todas!" Qué pena que era tan sólo mi hermano y no mi esposo.
En la próxima entrada: Lo que pasó cuando bajamos del barco y vimos gente más joven.

4 comentarios:

  1. Me quedé esperando mucho más!!!... no dures tanto en publicar lo que sigue...

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  2. Hola Sobri, me encantó tu relato...la verdad es que me he reído muchísimo....Espero que publiques el próximo!!

    Un Beso!!

    Tía Marisa

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  3. Muy bueno.. sobretodo yo que siempre he considerado si esos cruceros del Mediterraneo valen la pena o no. Pobre César, seguro las doñas rifándoselo todas las noches.

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  4. ya quiero leer la segunda parte y saber cuantos llegaron vivos...

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